No hay comparación
entre sus pies y los míos; los suyos están hechos para optimizar las funciones,
los míos para resentirse por viejas heridas. La distancia entre nosotros
incrementa a cada instante, tarde me acuerdo de que no soy bueno para correr
entre laderas de montes industriales, laberintos de tuberías.
–Debería retirarme –. El discurso mental de
cada ocasión similar –Debería dejar todo esto e irme a morir por ahí –. Tal vez
mañana, ahora hay cosas que hacer.
La distancia se
alarga, aunque todavía puedo seguirle el rastro; ese olor nauseabundo del
aceite me guiaría aun si estuviera en el espacio exterior, en lo inmenso del
espacio.
Mi desventaja es
estar en callejones intrincados, y que sea gordo, viejo, y rengo no ayuda. Cada
segundo es una chance más para él entre estos pasillos. Tengo que llevarle a
lugar abierto. Lugar abierto, pensar en eso, en este planeta, la ironía me saca
una sonrisa más sardónica que sincera.
Las distracciones
son contraproducentes, lo reaprendo cuando unos caños indiscretos abrigados en
la noche me dan un tour al piso. No sé qué duele más; la caída, el frío del
metal, el ruido en mis oídos, mi pierna o la humillación que sufro en
solitario.
Dolor. Las nubes
negras que tapan los cielos empiezan a combinarse con el gris del suelo, los
edificios como muros de laberinto bailan para mí, todo está por volverse negro,
conozco la sensación.
Alguien cruza mi
vista y separa los planos, le recuerdo: me queda un asunto pendiente con él.
Pobre idiota, tomó una ruta equivocada, hasta ellos se pierden en estos
pasillos. El golpe vino con un regalo, tal vez dos, porque de repente recuerdo
que anteayer hubo una demolición no muy lejos. La Corporación no tolera
construcciones obsoletas en su camino a la fortuna. Sólo tengo que conducirle
ahí. Decirlo suena tan sencillo.
Él me mira con
esos ojos sin vida, provistos con luz pero no con vida; quizás creyó que el
golpe me acabó, o que me rompí algo importante con el tropezón. Un tropezón no
es caída, bueno, sí lo es ahora, pero una caída no es rotura de cadera.
O tal vez sí.
Mañana me voy a
dar cuenta, mañana todo esto va a doler bastante.
–Debería
retirarme –pienso mientras disparo –Dejarlo todo. Nadie se preocupa por unos
siete operarios muertos.
Por fortuna le
hago seguir mi camino correcto. No es muy lejos, menos mal, porque la presión
en mis entrañas me dice que no podré continuar mucho más.
Tiene que haber
una curva en su trayecto. Disparo de nuevo. Pensé que fallaría por el sudor
resbalando en mis párpados. Pensé que
fallaría, pero no. El tiro rebota en su sien como una pelota, aunque al menos
toma la curva que conduce a mi tierra prometida.
El sudor baña mi
mejilla. Sudor ¿o sangre? Un caño acaso me sirvió de violenta almohada en la
caída; nadie te previene de esto en tu primer día.
No importa, ya ni
recuerdo como fue mi primer día, ya ni recuerdo aquel deseo irrefrenable de
defender la justicia.
“Nueva serie. Superiores
en todo” la publicidad decía, entre luces y promesas de comodidad; nada peor
que algo enloquecido y superior en todo. Esa coraza era superior, a todo, a las
balas, no había duda.
Ahora debería
doblar a la derecha. –Debería retirarme –. Tercer disparo. Ni por milagro
perforo su hombro, me tengo que conformar con que tome la ruta indicada. –Siete
obreros muertos no le importan a nadie.
A nadie no,
todavía queda en mi arma una retribución por cada uno de ellos.
Llegada.
Se introdujo de
lleno en aquel campo de tiro, tarde se fijó en dónde había caído. Le apunto. Su
coraza para una bala, ¿siete en el mismo punto? Puede que no. Puede que sea mi
día (o noche) de suerte.
Da la vuelta y me
mira con esos ojos, con esa expresión vacía y artificial. –Debería retirarme –.
Si mi cerebro se quedara quieto sería algo maravilloso. –Ya no sirvo para esto –.
Empieza una carrera hacia mí, la línea de llegada sería mi espina.
Uno, dos, tres,
cuatro, cinco, seis, siete, clic, clic, clic, clic. Cargador vacío.
Hacer un buen tiro
es como hacer un buen dibujo: mano y ojos deben estar coordinados en el mismo
lugar. Desearía saber dibujar.
El asesino se
tambalea a pocos metros. Cae de rodillas, tiene en su movimiento la gracia de
un personaje de cine. Creo que su coraza de aleación no resistió todas las
retribuciones; algo sirvo para esto todavía.
El pobre tambalea
y convulsiona, chispas y aceite por sangre. Se detiene, muere, si es que se le
puede llamar de esa forma. La luz se va de sus cuencas como agua que se
escurre.
No me había
percatado de lo oscuro que estaba. Recuerdo los dolores cuando la invasión de
la adrenalina se esfuma. –Siete obreros.
Algo me encandila. Una luz que se enciende
desde una callé perpendicular, una sombra la oscurece. Demasiado tarde para
ayudar, demasiado pronto para recibir explicaciones.
–Manbroad –. La
voz trae el reproche.
–Soy yo Uribe
– ¿Qué pasó?
–Otro de la nueva
serie con impulsos homicidas. La propaganda no decía nada de esto.
La figura de Uribe
se hace más clara, en tanto su sombra se extiende por el suelo. Es un buen
hombre, pero tiene muchas, demasiadas manos apretando sus testículos.
– ¿Lo neutralizaste de la forma que nos mandan?
La respuesta tarda
en salir, la verdad siempre es tardía. –Lo maté, si es así como se le dice.
Uribe, ahora
cerca, ladea su cabeza al ver al nuevo escombro añadido a la pila de escombros.
El suspiro que hace me da cuenta de que la noche va a ser larga.
–Este robot era
propiedad de los corpos. Destruirlo es ilegal
–. La pesadez en sus palabras es signo de que no es su voz la que habla.
–Este robot mató a
siete personas. Este robot por poco me mata.
–Ya sé. Pero no
por eso van a dejar de echársenos encima los corpos. Voy a protegerte como
pueda. Con suerte, mucha, es posible que sólo saques una suspensión.
Pausa. Compartir
unos cigarros puede que alivien un poco la situación y distraigan un poco del
dolor.
El humo se
encamina a unirse con las negras nubes.
Ambos sabemos lo que se está por decir: Aquello que no quiero, pero
espero, escuchar.
–Quizá ya fue
mucho tiempo el que estuviste con nosotros Manbroad –. Una emoción mezcla de alivio y tristeza se
trasluce en la sentencia –Quizá, deberías retirarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario