miércoles, 5 de noviembre de 2014

Obsoleto

 No hay comparación entre sus pies y los míos; los suyos están hechos para optimizar las funciones, los míos para resentirse por viejas heridas. La distancia entre nosotros incrementa a cada instante, tarde me acuerdo de que no soy bueno para correr entre laderas de montes industriales, laberintos de tuberías.
  –Debería retirarme –. El discurso mental de cada ocasión similar –Debería dejar todo esto e irme a morir por ahí –. Tal vez mañana, ahora hay cosas que hacer.
 La distancia se alarga, aunque todavía puedo seguirle el rastro; ese olor nauseabundo del aceite me guiaría aun si estuviera en el espacio exterior, en lo inmenso del espacio.
 Mi desventaja es estar en callejones intrincados, y que sea gordo, viejo, y rengo no ayuda. Cada segundo es una chance más para él entre estos pasillos. Tengo que llevarle a lugar abierto. Lugar abierto, pensar en eso, en este planeta, la ironía me saca una sonrisa más sardónica que sincera.
 Las distracciones son contraproducentes, lo reaprendo cuando unos caños indiscretos abrigados en la noche me dan un tour al piso. No sé qué duele más; la caída, el frío del metal, el ruido en mis oídos, mi pierna o la humillación que sufro en solitario.
 Dolor. Las nubes negras que tapan los cielos empiezan a combinarse con el gris del suelo, los edificios como muros de laberinto bailan para mí, todo está por volverse negro, conozco la sensación.
 Alguien cruza mi vista y separa los planos, le recuerdo: me queda un asunto pendiente con él. Pobre idiota, tomó una ruta equivocada, hasta ellos se pierden en estos pasillos. El golpe vino con un regalo, tal vez dos, porque de repente recuerdo que anteayer hubo una demolición no muy lejos. La Corporación no tolera construcciones obsoletas en su camino a la fortuna. Sólo tengo que conducirle ahí. Decirlo suena tan sencillo.
 Él me mira con esos ojos sin vida, provistos con luz pero no con vida; quizás creyó que el golpe me acabó, o que me rompí algo importante con el tropezón. Un tropezón no es caída, bueno, sí lo es ahora, pero una caída no es rotura de cadera.
 O tal vez sí.
 Mañana me voy a dar cuenta, mañana todo esto va a doler bastante.
  –Debería retirarme –pienso mientras disparo –Dejarlo todo. Nadie se preocupa por unos siete operarios muertos.
 Por fortuna le hago seguir mi camino correcto. No es muy lejos, menos mal, porque la presión en mis entrañas me dice que no podré continuar mucho más.
 Tiene que haber una curva en su trayecto. Disparo de nuevo. Pensé que fallaría por el sudor resbalando en mis párpados.  Pensé que fallaría, pero no. El tiro rebota en su sien como una pelota, aunque al menos toma la curva que conduce a mi tierra prometida.
 El sudor baña mi mejilla. Sudor ¿o sangre? Un caño acaso me sirvió de violenta almohada en la caída; nadie te previene de esto en tu primer día.
 No importa, ya ni recuerdo como fue mi primer día, ya ni recuerdo aquel deseo irrefrenable de defender la justicia.
 “Nueva serie. Superiores en todo” la publicidad decía, entre luces y promesas de comodidad; nada peor que algo enloquecido y superior en todo. Esa coraza era superior, a todo, a las balas, no había duda.
  Ahora debería doblar a la derecha. –Debería retirarme –. Tercer disparo. Ni por milagro perforo su hombro, me tengo que conformar con que tome la ruta indicada. –Siete obreros muertos no le importan a nadie.
 A nadie no, todavía queda en mi arma una retribución por cada uno de ellos.
 Llegada.
 Se introdujo de lleno en aquel campo de tiro, tarde se fijó en dónde había caído. Le apunto. Su coraza para una bala, ¿siete en el mismo punto? Puede que no. Puede que sea mi día (o noche) de suerte.
 Da la vuelta y me mira con esos ojos, con esa expresión vacía y artificial. –Debería retirarme –. Si mi cerebro se quedara quieto sería algo maravilloso. –Ya no sirvo para esto –. Empieza una carrera hacia mí, la línea de llegada sería mi espina.
 Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, clic, clic, clic, clic. Cargador vacío.
 Hacer un buen tiro es como hacer un buen dibujo: mano y ojos deben estar coordinados en el mismo lugar. Desearía saber dibujar.
 El asesino se tambalea a pocos metros. Cae de rodillas, tiene en su movimiento la gracia de un personaje de cine. Creo que su coraza de aleación no resistió todas las retribuciones; algo sirvo para esto todavía.
 El pobre tambalea y convulsiona, chispas y aceite por sangre. Se detiene, muere, si es que se le puede llamar de esa forma. La luz se va de sus cuencas como agua que se escurre.
 No me había percatado de lo oscuro que estaba. Recuerdo los dolores cuando la invasión de la adrenalina se esfuma. –Siete obreros.
  Algo me encandila. Una luz que se enciende desde una callé perpendicular, una sombra la oscurece. Demasiado tarde para ayudar, demasiado pronto para recibir explicaciones.
 –Manbroad –. La voz trae el reproche.
 –Soy yo Uribe
 – ¿Qué pasó?
 –Otro de la nueva serie con impulsos homicidas. La propaganda no decía nada de esto.
 La figura de Uribe se hace más clara, en tanto su sombra se extiende por el suelo. Es un buen hombre, pero tiene muchas, demasiadas manos apretando sus testículos.
 –  ¿Lo neutralizaste de la forma que nos mandan?
 La respuesta tarda en salir, la verdad siempre es tardía. –Lo maté, si es así como se le dice.
 Uribe, ahora cerca, ladea su cabeza al ver al nuevo escombro añadido a la pila de escombros. El suspiro que hace me da cuenta de que la noche va  a ser larga.
 –Este robot era propiedad de los corpos. Destruirlo es ilegal  –. La pesadez en sus palabras es signo de que no es su voz la que habla.
 –Este robot mató a siete personas. Este robot por poco me mata.
 –Ya sé. Pero no por eso van a dejar de echársenos encima los corpos. Voy a protegerte como pueda. Con suerte, mucha, es posible que sólo saques una suspensión.
 Pausa. Compartir unos cigarros puede que alivien un poco la situación y distraigan un poco del dolor.
 El humo se encamina a unirse con las negras nubes.  Ambos sabemos lo que se está por decir: Aquello que no quiero, pero espero, escuchar.

  –Quizá ya fue mucho tiempo el que estuviste con nosotros Manbroad  –. Una emoción mezcla de alivio y tristeza se trasluce en la sentencia –Quizá, deberías retirarte.

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