martes, 5 de enero de 2016

Todo Listo

 La tele pregonaba que era cuestión de un par de horas para que llegue también al país. El volumen estaba demasiado alto, me taladraba la cabeza. Por un segundo lo bajé y en menos de otro segundo lo volví a subir, me acordé que había que elegir entre eso o los ruidos de afuera: una marea de desastres que se movían con olas de gritos y más gritos; la gente no sabe disfrutar la tranquilidad antes de la tormenta, se oían como un disco rayado que tenía cierta armonía caótica. Ese pensamiento o charla solitaria que llevaba me sacó una media sonrisa. Menos mal que mi hermano, el músico, no oiría jamás esa comparación.
 Pero bueno, basta de pensar estupideces, había una lista que completar y ya me estaba desviando de completarla, es algo tan real eso de que la mente suele desviarse demasiado de la tarea principal, y en situaciones así los recuerdos y las ansiedades no hacen sino aumentar el nivel de desvío. Como cuando una corta con el idiota de turno y planea tantas cosas para continuar la vida, pero el idiota se atornilla entre los dos hemisferios cerebrales y no hay destornillador que tenga la combinación adecuada para sacarlo. A todo esto, ¿dónde estaría el idiota de turno? Seguro que flotando entre la mar de gente, buscando esa nueva Play de la que tanto habló y aburrió la última vez. Sin rencores ni nada con ese forro, espero que al menos tenga un par de horas para usarla.
 Me sorprendí de lo capaz que era para divagar cuando tenía tarea, que qué pasaba afuera, que los pasados, etcétera-etcétera. Repetí un mantra de “no te distraigas boba” y me dediqué a completar la lista: La silla playera, los anteojos, el protector, un jugo de esos purosol, y la definitiva que me llevaba puesta. Todo listo. O casi; auriculares, tendría que llevar auriculares.
 También llevaría algunas carnes sobrantes, que el espejo me mostraba igual de áspero que siempre, ¿pero quién las vería? Y por allá un grano, un granito. Granito que no se fue en la primera rascada, ni en la segunda. Dos dedos lo atraparon, lo torturaron, casi podía oír sus gritos sumarse a los de afuera, ¿O era yo la que gritaba? Un dolor agudo y el espejo se mancha. Y los gritos son risas, risas que chorrean por mi cara. Todo listo. Y los auriculares, cierto, no me fuera a olvidar de ellos.
 La tele se me vuelve insoportable, temas amargos como mate de viejo. Ni recordaba por qué la había prendido; y aunque ya me iba, habría tiempo para una maldad tonta.
 No vi el impacto, pero sí escuché el estruendo. Si había calculado bien, no había aplastado a nadie. No sé cómo suena una persona aplastada pero espero que así no. Ahora sí, todo listo.
 Unos minutos de escalera y ya nunca más nada de gimnasio. El sol post mediodía estaba agradable y no hacía mucho calor en la terraza, en el horizonte se dibujaba la línea de negro. Un par de horas, pensé,  todo el tiempo del mundo para tomar sol. Coloqué la silla como a mí me gustaba, de espaldas a la puerta para así no pensar que estaba en mi terraza, sino lejos en algún lugar vacacional sin ningún apuro. Esa puerta, qué cagada que no tenía las llaves, porque lo único que me faltaba era que algún enfermo se metiera y me violara mientras me relajaba. Las máquinas del banana del cuarto piso D seguían ahí y me dieron una idea. Nunca más gimnasio, sí claro.
 El del cuarto D, qué bueno estaba; a veces iba a colgar ropa ya seca sólo para verle entrenar en esta máquina de mierda que cómo pesaba. Estaba segura de que en el fondo debía ser alto balín, aunque claro, él señor jamás lo admitiría. Antes se tiraría de su balcón, tal como anoche.
 Por suerte trabó bien esa máquina de porquería, menos mal, porque haberla arrastrado al pedo hubiera sido la ruina de mi día casi perfecto. Ahora sí, todo listo, a tomar solcito. Mientras me fregaba el protector con toda la tranquilidad del mundo, ahí en mi pequeño rincón de vacaciones, fuera de ese rincón los gritos no paraban. A la gente por lo visto le gustaba despedirse en el caos; yo en cambio, lo único que quería era tomar sol, simplemente tomar sol, y entonces sí podría decir que todo listo.
 Qué bien funcionaron esos auriculares, que lo único que me sacó de tema en todo mi día fue la sombra. Ya no necesitaba los anteojos, estaba tan oscuro con ellos como sin ellos. No había gritos, me percaté, quizá fuera mejor el silencio que vendría.
 Mi piel se veía bien coloreada, el día había ido de maravilla, lo que tenga que ser ahora, será.
Demasiado tiempo con preocupaciones de tarada como para que me acompañen ahora.
 Apagué el celular y me terminé lo que quedaba del jugo, que ya estaba medio feo. Me recosté y el pensamiento se me salió en voz alta: “Todo listo”