Casi todos los
neopaganos afirman que para poder contactar con las fuerzas que están más allá
de nuestro entendimiento hay que emplear rituales pomposos y elementos de lo
más extraño. Sales de suricata ninfómana, gargajo de mandrágora fumadora o
cosas por el estilo son desde luego invenciones estúpidas que sólo sirven para
enriquecer los bolsillos de todos esos bohemios mugrosos y sus tiendas
espirituales de dudosa integridad.
La verdad; la formula exitosa es mucho más simple y a su vez complicada, Alejandro lo sabía de sobra. ¿Para qué querrían los dioses, entes y otras yerbas algo de muérdago de la Isla del Ciervo Corneta? Si ellos debían tener muérdago creciendo hasta en sus sobacos. ¿Para qué sacrificar y descuartizar la pobre gallinita? El pollo transgénico de hoy en día no les gusta para nada; esa práctica no satisface más que el morbo de algunas mentes acomplejadas.
Alejandro lo tenía
muy en claro: No hace falta otra cosa más que conocer los verdaderos nombres de
quiénes se quisiese invocar y llamarlos por ellos. Ellos te escuchan y vienen,
es simple. –Son buena onda, cuando les pinta –. Alejandro estaba en uno de esos
arranques que todos tenemos de hablar a nosotros mismos, o tal vez con algo que
no veamos pero sí percibamos.
Alejandro conocía
esos nombres, su familia de brujos, remontada a generaciones perdidas en la
historia, se los había enseñado. Ahora le era necesaria la ayuda urgente de
alguno de los portadores de esos nombres.
Se relajó lo más que pudo, blanqueó su cabeza con ejercicios de repetición y se acomodó meditabundo en el puf de su living. Trajo el nombre a su mente. Primero había que tenerlo claro en el pensamiento, no había que apresurarse en pronunciar nada, ya que la más ligera, aunque imperceptible para nosotros, equivocación, el más mínimo error, podría traer consecuencias desastrosas. –No te apures Alejandro, no sea que termines como aquel idiota –. Un primo lejano de por ahí, del que le habían contado: Había dicho mal un nombre y por el resto de su vida, acortada por una bala de nueve milímetros en la boca, tuvo que vivir con un lunar que enunciaba la palabra “puto” en su frente. Alejandro no cometería ese error. Clarificada su mente, repasado el nombre, tomo un respiro y con la voz lo más uniforme posible entonó:
–Agarr Ramellah
Meegoh –. Casi se le escapa una carcajada –Agarrame el amigo–. Sus pensamientos
bromistas podrían jugarle una mala pasada, intentó moderarse.
Pasaron unos cuantos segundos y nada, Alejandro creyó
haberse equivocado, o peor, fallado. Corrió a mirarse la frente en el espejo,
blanca como nalga de albino. En el reflejo del cristal los ángulos de la pared
comenzaron a hundirse ¿Hacia dónde? Quién pudiera decirlo.
–Apagué la
estufa. Esto no puede ser alucinación del monóxido –se dijo –Funcionó. Sí
funcionó. La tenés más grande que Goku Alejandrito.
Mientras tanto, la
pintura blanca de la pared se arremolinaba en un espiral infinito que se bañó
en un manantial de luces espectrales, las cuales se ondulaban como hojas de
sauce mecidas al viento. Luz y oscuridad se fundieron en una cópula
sobrenatural. En medio del espectáculo enloquecedor el dios llamado hizo su
presentación.
De pie frente a la aparición, Alejandro pudo
verlo en todo su esplendor, el miedo y la admiración causaban efectos extraños
en sus intestinos. Siquiera intentar describirle sería una pérdida de tiempo y
un derroche de palabras. Cómo describir aquello para lo que no se encuentran
las palabras justas en el momento justo. Y que cuando se abandonara el intento
éstas vinieran provocativas a la lengua de uno, pero desaparecieran ante una
nueva tentativa de entablar la descripción. Tal vez Lovecraft no haya estado
tan lejos de una verdad absoluta.
El dios, perdón,
Agarrramellahmeegoh, observó al asustado Alejandro, diminuto en comparación.
–Estoy aquí mortal,
he respondido a tu llamada, ¿Qué es lo que quieres? –Esa voz parecía querer
destrozar los muros del departamento en que se hallaba confinada.
Alejandro ya no
sentía la urgencia de ayuda, jugar con fuerzas extremas ya no le resultaba algo
tan divertido, pero aun así necesitaba el servicio.
–Ehh mirá señor
dios –dijo Alejandro – ¿Me prometés que no te vas a enojar con lo que te pido?
La respuesta, a
pesar de que no se formuló agresiva, rasgó las paredes con su intensidad
–Jamás, jamás pidas esa promesa a un dios, a
un supremo. No tengo mucho tiempo ¿Qué necesitas ínfimo insecto?
–Mirá –. Alejandro bajó la mirada –Va a venir
una flaca y hace unas horas me agarraron los retorcijones. El baño se tapó, la
sopapa no funcionó. Necesito tu ayuda para destaparlo.
Las paredes se
quebraron en un espacio intrincado, como succionadas por vórtices invisibles, el aire se volvió en llamaradas de tonos venenosos que estallaron en sonidos.
– ¿Para esa estupidez me llamaste, inmundicia?
Cuando termine con esa pequeña y frágil alma que tienes vas a desear que tus
padres hubieran sido estériles.
Alejandro casi se
hizo encima del terror, si no fuera porque lo último era lo que estaba en su
baño, sin ganas de irse, hubiera sucedido. Sólo había una forma de salvarse de
un destino innombrable y necesitaba estar tan tranquilo como pudiese.
–Escuchame una cosa Agarrameelamigo –. Nunca creyó tener
tanta dotación dentro de su saco escrotal como en aquel momento –Yo te llamé para que me
ayudes, así que nos calmamos un poco. ¿Me vas a ayudar o no? –Apretó los párpados,
incapaz de vislumbrar qué tan terrible podía ser lo que se venía.
El dios,
Agarrramellameegoh sonrió; las flamas etéreas se apagaron, las paredes
retornaron desde los abismos infinitos en su forma y coloración normal: el
blanco poca originalidad.
–Bueno, está bien
–sentenció, sus ojos brillaron con alguna incomprensible intención. –Pero llama
a tu chica y pídele que traiga a una amiga.
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