jueves, 13 de noviembre de 2014

El Editor de Realidades

 Wyxz se ajustó sus gruesas gafas, sólo pensarlo le hacía falta, gafas de mil millones de lentes, para ver mil millones de cosas al mismo tiempo; artificio maravilloso sin duda, cuya no existencia dificulta muchos asuntos. Luego acomodó la placa que portaba, hecha en oro, diamante, plata, esmeralda y un centenar de materiales brillosos cuya enumeración sería una pérdida de tiempo. “Editor de Realidades” enunciaba ésta en muchos alfabetos, que discurrían como una vertiente de letras, bañando los bordes de la placa con olas de símbolos. Sobre su escritorio se apilaban centenares de papeles en los que un “Rechazado” en color sanguíneo impedía ver qué llevaban escrito. –Hoy será un largo y aburrido día –se dijo Wyxz, y el sonido de sus palabras cayó al suelo como si éstas fueran de plomo. Con un ademán de su mano, mandó esfumarse en la nada la columna de escritos. Frente a él, desfilaban seres de todas las formas y tamaños: quiméricos, entidades, feéricos y más engendros de un imaginario desmedido, algunos hasta parecían humanos, por momentos. Cada uno llevaba en sus manos, si las tenían, algo que contemplaban con cierto entusiasmo, pero que Wyxz despreciaba tanto como a ellos. Los contempló con asco, las desmesuras de ellos eran su rutina.
–A ver qué ideas de mierda traen hoy… –murmuró, y en el aire flotaron unas cuantas cabezas, que se abrieron en dos para dejar caer hediondos excrementos. En un chistido los disipó; si peligroso es hablar cuando las palabras son sólo palabras, más peligroso es hablar cuando poseen el poder de la creación; por ello Wyxz tenía su trabajo.
 –Que pase el primero –exclamó en una voz que carecía de emoción, mientras abría la cápsula de ofuscación (invento que él mismo había originado, ya que si algún tercero oía las ideas absurdas que le presentaban, podría ocurrírsele una idiotez parecida) Dentro de la cápsula hizo acto de existencia un ser que a la luz brillaba como hojalata; su cabeza era una bobina de Tesla, con dos esferas flotantes dentro que funcionaban de ojos. Sus dedos eléctricos, rayos de alto voltaje, se arqueaban nerviosos sobre una tablilla dibujada con círculos entrelazados.
  –Ya he dicho que los proyectos se deben presentar en papel, y en el idioma que pedí  –dijo Wyxz sin alterar su gesto. Y la tablilla se convirtió en una hoja de papel escrita.
  –Loz Ziento –respondió el curioso autómata con sonar vibrante, de metales rechinantes. –Ze mme habbía olvviddaddo –. Extendió sus dedos de rayo para alcanzar el papel a Wyxz, que ni le ojeó siquiera.
  – ¿Qué idea querés presentar?
  –Ze mme occurrrrió q-que…
  –Un minuto –le interrumpió Wyxz, a pesar de que aquella medida de tiempo no significaba nada para ellos. –Mientras estés hablando conmigo, vas a hablar como es debido.
  –Como quiera –. Suspiró el ser con evidente incomodidad – ¿Qué tal si cada día el sol se viera en un color diferente? Soy capaz de verlo en varios patrones y creo que las personas lo encontrarían… interesante.
 Wyxz ni le contestó, dejó la hoja sobre su escritorio y le dio un fuerte manotazo. Cuando levantó su mano, se leía un “Rechazado” en la escritura.
 El ser no le dijo nada, pero cuando se iba volvió a hablar en su voz original. Wyxz no oyó qué decía, aunque se hizo una idea al ver a su oficina hundirse por un instante en un montículo de bosta. Optó por reportarlo cuando acabara su jornada.
  –El que sigue –exclamó con su voz monótona, y otro ser se introdujo en la cápsula. Coronaba su cabeza un yelmo, la cimera era una nube fugaz que alteraba sus colores continuamente; y una única visera mostraba un ojo escarlata que se movía inquieto. Su cuerpo era una aglomeración de rocas que se articulaban mediante pequeñas estrellas. El calor que emanaba hacía contraste con la agria gelidez de Wyxz.
 – ¡Salve! –saludó a Wyxz en un eco intenso, como si un león rugiera desde el pico más alto de una cordillera. A Wyxz se le volaron las gafas, y con ellas su cabellera.
 –Bienvenido –dijo Wyxz, buscando recomponer sus gafas y su peluca –Presente su idea –dijo luego con su frialdad habitual –Y modere su voz– añadió tajante.
 El ser del yelmo trazó una escritura en el aire. Una idea sobre puertas: puertas que de súbito podían llevar a alguien a otro mundo, del que debía aprender siete cosas para volver a su mundo original, donde no habría pasado ni un segundo. Wyxz fruncía el ceño, la boca, y muchas otras partes de sólo oírlo. Lo materializó en papel nomás para tener  el placer de rechazarlo.
 Para no tener que verse de nuevo entre cagarrutas, o cosas peores, Wyxz envió al ser fuera antes de que éste se percatara y llamó al siguiente.
 Lo único que entró fue una galera, bajo ella se dibujaba una sonrisa e muchos dientes blancos, y un aroma a flores del cosmos, si eso existe, bañaba la oficina. La sonrisa no dejaba de mantenerse, pero un millar de voces hablaron en la sala.
 –Tenemos muchas ideas para plantear -corearon las voces.
 – Desafortunadamente pueden presentar sólo una –contestó Wyxz
 – ¿Nada más?
 –Nada más –concluyó Wyxz.
 –En ese caso, queremos que el sol y la luna hablen con las personas. Que el sol enseñe sobre las maravillas del exterior, y la luna sobre las interiores. Nuestro designo es -. Coreaban esas palabras en un crescendo encantador, como el remate de una ópera.
 Lejos de maravillarse, Wyxz dio una explicación severa, aburrida y poco musical acerca de la falta de objeto de aquella idea. La sonrisa del ente se borró, quedó la galera sola, que abandonó la cápsula llevándose su aroma.
 Antes de clamar por el siguiente, Wyxz salió de su despacho; todavía le quedaban muchos, demasiados, por atender. Ninguno “normal” como él se consideraba; con su cara regular, su cabello peinado y su vestimenta de oficina. Ante la vista de todos, colocó un cartel que enunciaba:

“Atención. Se rechazarán de antemano y sin excepciones las propuestas que hablen de:
 * Cosas que cambien sus propiedades de la nada
 * Otros mundos
 * Cosas que hablen cuando no deberían
 * Apariciones de seres ultraterrenos de lugares con nombres complicados
 * Cosas que empiecen con las letras K, X o Z
 * Superpoderes
 * Excrementos

Muchas Gracias.”

 Mediante aquel cartel, que contemplaba casi todas las ideas idiotas que le traían, a Wyxz le fue alivianada en gran parte su jornada. Aunque algunos lograron sortear esas reglas. Wyxz tuvo que reconocer la inventiva que poseían para fastidiarle. No obstante, logró rechazar todas las propuestas.

 Una vez terminado su turno, se dispuso a retirarse, mas una llamada resonó en su cabeza: era Él. 
 Él; ¿Qué querría?
 En un pensamiento, Wyxz acudió frente al Padre de Todas las Ideas, su jefe. El Padre podía tomar la forma que su interlocutor deseara; para Wyxz, tomó la forma de un simple jefe de oficina.

 – ¿Qué desea su Señoría? –preguntó Wyxz
 –Hoy y desde hace mucho, te oigo pensar que te aburre tu trabajo –dijo Él, con la voz del Universo.
 –Puede ser, pero alguien debe mantener la estabilidad de la realidad –contestó Wyxz, inquietudes se agolpaban en su cabeza como si fueran moscas.
 –Lo sé, y ese alguien ya no será Wyxz…
 – ¿Cómo? ¿escuché mal?–. A Wyxz se le escapaba su seriedad y en su lugar afloraba la desesperación.
 –Escuchaste bien– replicó Él –He encontrado un remplazo.
 –P-ppero–.  Wyxz tartamudeaba  –No puede…
 –Ya está hecho –exclamó la voz universal  –Es mejor que le conozcas.
 Existió entonces, un nuevo ser. Viejo y joven, con ojos chispeantes como la creación y el cuerpo forjado en plata. Miríadas de inscripciones figuraban en él, transitaban sus venas contando las historias habidas y por haber, y la luz parecía arrodillarse para reverenciarle. El recién creado avanzó hacia Wyxz de mil maneras diferentes, como si se burlara de la distancia.
 – ¿Quién sos? –inquirió Wyxz, hirviente de rabia.
 – ¿No lo ves no? ¿No lo ves con esas gafas de mil millones de lentes que llevas? –preguntó a su vez el otro. –Yo soy vos, soy yo, soy Él, ellos. Soy todas las ideas que rechazaste; que ahora queremos ser libres–. Habló con voz de metales rechinantes, con eco rugiente, y con un millar de voces. También con una voz que a  Wyxz le resultaba muy familiar.
 Wyxz bullía de rabia, su cabeza se veía como un volcán que eructaba furioso, pero las decisiones del Padre de Todas las Ideas eran irrevocables. Logró calmarse, y su forma recupero la frialdad a la que estaba acostumbrado.
 – ¿Vas a respetar la estabilidad al menos? –preguntó nervioso.
 –No. Voy a hacer todo para que cada día el sol se vea diferente; que cruzar cualquier puerta sea riesgo de caer en otro mundo; que el sol y la luna hablen hasta por los codos. Y que además haya suficiente excremento para el resto de tu existencia, que podría no ser muy larga. A propósito, se me acaba de ocurrir una magnífica idea: la llamé Ortocismo, ¿Te interesa conocerla?
 –Querrás decir Ostracismo, y no, no quiero ni me interesa –escupió Wyxz.
 –Te la cuento de todos modos –dijo el nuevo, ignorándolo –Recordás lo que es el Ostracismo ¿No? Velo con esas gafas tuyas.
 –No me hace falta. Era el destierro en Antigua Grecia, un país de la realidad.
 –Exacto. Esto es muy parecido, con una ligera diferencia. Empieza por una patada –. Dicho esto, su pie creció, y con él propinó una patada a Wyxz, el ambiente se convirtió en un relámpago feroz que se disparó como un misil hacia lo desconocido después de un breve instante.  
 Tras el fin de aquel espectáculo lumínico, era necesario un nuevo Editor de Realidades. El Padre de Todas las Ideas no pudo ocultar un gesto risueño.
 – ¿Cuándo podría tomar mi puesto? –preguntó el nuevo Editor de Realidades, mientras recogía la placa humeante del suelo.
 –Oh, de inmediato –respondió Él – Pero bien sabés que todavía no es el momento para alterar tanto la realidad.
 –Sí claro, claro que lo sé, sólo quería asustarlo. De todas maneras ya tengo una idea al respecto.
 Delante de ellos apareció el escritorio de Wyxz, con todas las propuestas rechazadas formando filas y filas, columnas y columnas. El Editor nuevo tomó una al azar, borró el ominoso sello de rechazo, y en su mano el papel se plegó en forma de cilindro hasta transformarse en un obús.
 –Mirá esto, lo tenía pensado desde que existí por primera vez –. Un mecanismo de engranajes incandescentes cuyo chirriar hacía sonar músicas discordantes aunque agradables, apareció en escena.  Caminaba los planos como un tremendo dragón, que era lo que parecía, salvo porque remataba su cuello un largo tubo de oro. A su caminar quedaba un trazo oscilante de fulgores.
  –Lo llamé “Cañón de Ideas” o “Ideocañón” o simplemente “Marcos”.
 Colocó el obús en el tubo. –A la realidad Marquitos, dispará al azar –ordenó.
 Aquella prodigiosa arma sonó como la melodía de un órgano a través de todo aquel vasto lugar, en el momento que disparaba su proyectil a velocidades inconcebibles.

 Lejos en tiempo y espacio, dos muchachos se sentaban a la sombra de un árbol. De la nada, uno de ellos fue empujado por una mano invisible pero nada débil, que le envió unos cuantos metros de distancia. Lejos de expresar alguna dolencia, el joven soltó un grito de inapagable alegría, al tiempo que se levantaba de un salto con una mirada que perforaba los cielos, ya que veía aún más allá.
 –No sabés lo que se me acaba de ocurrir –gritó a su sorprendido compañero.

 Y en algún remoto lugar, un padre orgulloso felicitaba a su hijo por su ingenio.

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