Wyxz
se ajustó sus gruesas gafas, sólo pensarlo le hacía falta, gafas de mil
millones de lentes, para ver mil millones de cosas al mismo tiempo; artificio
maravilloso sin duda, cuya no existencia dificulta muchos asuntos. Luego
acomodó la placa que portaba, hecha en oro, diamante, plata, esmeralda y un
centenar de materiales brillosos cuya enumeración sería una pérdida de tiempo.
“Editor de Realidades” enunciaba ésta en muchos alfabetos, que discurrían como
una vertiente de letras, bañando los bordes de la placa con olas de símbolos.
Sobre su escritorio se apilaban centenares de papeles en los que un “Rechazado”
en color sanguíneo impedía ver qué llevaban escrito. –Hoy será un largo y
aburrido día –se dijo Wyxz, y el sonido de sus palabras cayó al suelo como si
éstas fueran de plomo. Con un ademán de su mano, mandó esfumarse en la nada la
columna de escritos. Frente a él, desfilaban seres de todas las formas y
tamaños: quiméricos, entidades, feéricos y más engendros de un imaginario
desmedido, algunos hasta parecían humanos, por momentos. Cada uno llevaba en
sus manos, si las tenían, algo que contemplaban con cierto entusiasmo, pero que
Wyxz despreciaba tanto como a ellos. Los contempló con asco, las desmesuras de
ellos eran su rutina.
–A ver qué ideas de mierda traen hoy… –murmuró,
y en el aire flotaron unas cuantas cabezas, que se abrieron en dos para dejar
caer hediondos excrementos. En un chistido los disipó; si peligroso es hablar
cuando las palabras son sólo palabras, más peligroso es hablar cuando poseen el
poder de la creación; por ello Wyxz tenía su trabajo.
–Que
pase el primero –exclamó en una voz que carecía de emoción, mientras abría la
cápsula de ofuscación (invento que él mismo había originado, ya que si algún
tercero oía las ideas absurdas que le presentaban, podría ocurrírsele una
idiotez parecida) Dentro de la cápsula hizo acto de existencia un ser que a la
luz brillaba como hojalata; su cabeza era una bobina de Tesla, con dos esferas
flotantes dentro que funcionaban de ojos. Sus dedos eléctricos, rayos de alto
voltaje, se arqueaban nerviosos sobre una tablilla dibujada con círculos
entrelazados.
–Ya he dicho que los proyectos se deben presentar en papel, y en el idioma que pedí –dijo Wyxz sin alterar su gesto. Y la tablilla se convirtió en una hoja de papel escrita.
–Ya he dicho que los proyectos se deben presentar en papel, y en el idioma que pedí –dijo Wyxz sin alterar su gesto. Y la tablilla se convirtió en una hoja de papel escrita.
–Loz
Ziento –respondió el curioso autómata con sonar vibrante, de metales
rechinantes. –Ze mme habbía olvviddaddo –. Extendió sus dedos de rayo para
alcanzar el papel a Wyxz, que ni le ojeó siquiera.
– ¿Qué idea querés presentar?
–Ze mme occurrrrió q-que…
–Un minuto –le interrumpió Wyxz, a pesar de
que aquella medida de tiempo no significaba nada para ellos. –Mientras estés
hablando conmigo, vas a hablar como es debido.
–Como quiera –. Suspiró el ser con evidente incomodidad – ¿Qué tal si cada día el sol se viera en un color diferente? Soy capaz de verlo en varios patrones y creo que las personas lo encontrarían… interesante.
–Como quiera –. Suspiró el ser con evidente incomodidad – ¿Qué tal si cada día el sol se viera en un color diferente? Soy capaz de verlo en varios patrones y creo que las personas lo encontrarían… interesante.
Wyxz ni le contestó, dejó la hoja sobre su
escritorio y le dio un fuerte manotazo. Cuando levantó su mano, se leía un
“Rechazado” en la escritura.
El ser no le dijo nada, pero cuando se iba
volvió a hablar en su voz original. Wyxz no oyó qué decía, aunque se hizo una
idea al ver a su oficina hundirse por un instante en un montículo de bosta.
Optó por reportarlo cuando acabara su jornada.
–El que sigue –exclamó con su voz monótona, y
otro ser se introdujo en la cápsula. Coronaba su cabeza un yelmo, la cimera era
una nube fugaz que alteraba sus colores continuamente; y una única visera
mostraba un ojo escarlata que se movía inquieto. Su cuerpo era una aglomeración
de rocas que se articulaban mediante pequeñas estrellas. El calor que emanaba
hacía contraste con la agria gelidez de Wyxz.
–
¡Salve! –saludó a Wyxz en un eco intenso, como si un león rugiera desde el pico
más alto de una cordillera. A Wyxz se le volaron las gafas, y con ellas su
cabellera.
–Bienvenido
–dijo Wyxz, buscando recomponer sus gafas y su peluca –Presente su idea –dijo
luego con su frialdad habitual –Y modere su voz– añadió tajante.
El ser del yelmo trazó una escritura en el
aire. Una idea sobre puertas: puertas que de súbito podían llevar a alguien a
otro mundo, del que debía aprender siete cosas para volver a su mundo original,
donde no habría pasado ni un segundo. Wyxz fruncía el ceño, la boca, y muchas
otras partes de sólo oírlo. Lo materializó en papel nomás para tener el placer de rechazarlo.
Para
no tener que verse de nuevo entre cagarrutas, o cosas peores, Wyxz envió al ser
fuera antes de que éste se percatara y llamó al siguiente.
Lo
único que entró fue una galera, bajo ella se dibujaba una sonrisa e muchos
dientes blancos, y un aroma a flores del cosmos, si eso existe, bañaba la
oficina. La sonrisa no dejaba de mantenerse, pero un millar de voces hablaron
en la sala.
–Tenemos
muchas ideas para plantear -corearon las voces.
–
Desafortunadamente pueden presentar sólo una –contestó Wyxz
–
¿Nada más?
–Nada
más –concluyó Wyxz.
–En
ese caso, queremos que el sol y la luna hablen con las personas. Que el sol
enseñe sobre las maravillas del exterior, y la luna sobre las interiores.
Nuestro designo es -. Coreaban esas palabras en un crescendo encantador, como
el remate de una ópera.
Lejos de maravillarse, Wyxz dio una explicación
severa, aburrida y poco musical acerca de la falta de objeto de aquella idea.
La sonrisa del ente se borró, quedó la galera sola, que abandonó la cápsula
llevándose su aroma.
Antes de clamar por el siguiente, Wyxz salió
de su despacho; todavía le quedaban muchos, demasiados, por atender. Ninguno
“normal” como él se consideraba; con su cara regular, su cabello peinado y su
vestimenta de oficina. Ante la vista de todos, colocó un cartel que enunciaba:
“Atención. Se
rechazarán de antemano y sin excepciones las propuestas que hablen de:
* Cosas que cambien sus propiedades de la nada
* Otros mundos
* Cosas que hablen cuando no deberían
* Apariciones de seres ultraterrenos de
lugares con nombres complicados
* Cosas que empiecen con las letras K, X o Z
* Superpoderes
* Excrementos
Muchas
Gracias.”
Mediante
aquel cartel, que contemplaba casi todas las ideas idiotas que le traían, a Wyxz le fue alivianada en gran parte su jornada. Aunque algunos
lograron sortear esas reglas. Wyxz tuvo que reconocer la inventiva que poseían
para fastidiarle. No obstante, logró rechazar todas las propuestas.
Una
vez terminado su turno, se dispuso a retirarse, mas una llamada resonó en su
cabeza: era Él.
Él; ¿Qué querría?
En
un pensamiento, Wyxz acudió frente al Padre de Todas las Ideas, su jefe. El
Padre podía tomar la forma que su interlocutor deseara; para Wyxz, tomó la
forma de un simple jefe de oficina.
–
¿Qué desea su Señoría? –preguntó Wyxz
–Hoy
y desde hace mucho, te oigo pensar que te aburre tu trabajo –dijo Él, con la
voz del Universo.
–Puede
ser, pero alguien debe mantener la estabilidad de la realidad –contestó Wyxz,
inquietudes se agolpaban en su cabeza como si fueran moscas.
–Lo
sé, y ese alguien ya no será Wyxz…
–
¿Cómo? ¿escuché mal?–. A Wyxz se le escapaba su seriedad y en su lugar afloraba
la desesperación.
–Escuchaste
bien– replicó Él –He encontrado un remplazo.
–P-ppero–.
Wyxz tartamudeaba –No puede…
–Ya
está hecho –exclamó la voz universal –Es
mejor que le conozcas.
Existió entonces, un nuevo ser. Viejo y joven,
con ojos chispeantes como la creación y el cuerpo forjado en plata. Miríadas de
inscripciones figuraban en él, transitaban sus venas contando las historias
habidas y por haber, y la luz parecía arrodillarse para reverenciarle. El
recién creado avanzó hacia Wyxz de mil maneras diferentes, como si se burlara
de la distancia.
–
¿Quién sos? –inquirió Wyxz, hirviente de rabia.
–
¿No lo ves no? ¿No lo ves con esas gafas de mil millones de lentes que llevas? –preguntó
a su vez el otro. –Yo soy vos, soy yo, soy Él, ellos. Soy todas las ideas que
rechazaste; que ahora queremos ser libres–. Habló con voz de metales
rechinantes, con eco rugiente, y con un millar de voces. También con una voz
que a Wyxz le resultaba muy familiar.
Wyxz
bullía de rabia, su cabeza se veía como un volcán que eructaba furioso, pero
las decisiones del Padre de Todas las Ideas eran irrevocables. Logró calmarse,
y su forma recupero la frialdad a la que estaba acostumbrado.
–
¿Vas a respetar la estabilidad al menos? –preguntó nervioso.
–No.
Voy a hacer todo para que cada día el sol se vea diferente; que cruzar
cualquier puerta sea riesgo de caer en otro mundo; que el sol y la luna hablen
hasta por los codos. Y que además haya suficiente excremento para el resto de
tu existencia, que podría no ser muy larga. A propósito, se me acaba de ocurrir
una magnífica idea: la llamé Ortocismo, ¿Te interesa conocerla?
–Querrás
decir Ostracismo, y no, no quiero ni me interesa –escupió Wyxz.
–Te
la cuento de todos modos –dijo el nuevo, ignorándolo –Recordás lo que es el
Ostracismo ¿No? Velo con esas gafas tuyas.
–No
me hace falta. Era el destierro en Antigua Grecia, un país de la realidad.
–Exacto.
Esto es muy parecido, con una ligera diferencia. Empieza por una patada –. Dicho
esto, su pie creció, y con él propinó una patada a Wyxz, el ambiente se
convirtió en un relámpago feroz que se disparó como un misil hacia lo
desconocido después de un breve instante.
Tras
el fin de aquel espectáculo lumínico, era necesario un nuevo Editor de
Realidades. El Padre de Todas las Ideas no pudo ocultar un gesto risueño.
–
¿Cuándo podría tomar mi puesto? –preguntó el nuevo Editor de Realidades,
mientras recogía la placa humeante del suelo.
–Oh,
de inmediato –respondió Él – Pero bien sabés que todavía no es el momento para
alterar tanto la realidad.
–Sí
claro, claro que lo sé, sólo quería asustarlo. De todas maneras ya tengo una idea al respecto.
Delante
de ellos apareció el escritorio de Wyxz, con todas las propuestas rechazadas
formando filas y filas, columnas y columnas. El Editor nuevo tomó una al azar,
borró el ominoso sello de rechazo, y en su mano el papel se plegó en forma de
cilindro hasta transformarse en un obús.
–Mirá
esto, lo tenía pensado desde que existí por primera vez –. Un mecanismo de
engranajes incandescentes cuyo chirriar hacía sonar músicas discordantes aunque
agradables, apareció en escena. Caminaba
los planos como un tremendo dragón, que era lo que parecía, salvo porque
remataba su cuello un largo tubo de oro. A su caminar quedaba un trazo
oscilante de fulgores.
–Lo llamé “Cañón de Ideas” o “Ideocañón” o
simplemente “Marcos”.
Colocó
el obús en el tubo. –A la realidad Marquitos, dispará al azar –ordenó.
Aquella
prodigiosa arma sonó como la melodía de un órgano a través de todo aquel vasto lugar,
en el momento que disparaba su proyectil a velocidades inconcebibles.
Lejos
en tiempo y espacio, dos muchachos se sentaban a la sombra de un árbol. De la
nada, uno de ellos fue empujado por una mano invisible pero nada débil, que le
envió unos cuantos metros de distancia. Lejos de expresar alguna dolencia, el
joven soltó un grito de inapagable alegría, al tiempo que se levantaba de un
salto con una mirada que perforaba los cielos, ya que veía aún más allá.
–No
sabés lo que se me acaba de ocurrir –gritó a su sorprendido compañero.
Y
en algún remoto lugar, un padre orgulloso felicitaba a su hijo por su ingenio.
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