No había pasado un
segundo desde que se había abierto la puerta cuando me asaltó el pensamiento de
que quizá tal vez quedarse en casa durmiendo hubiera sido lo mejor, pensamiento
que se duplicó al dar el primer paso hacia adentro. Aquella noche no pintaba
para una fiesta ruidosa, pero bueno, me había invitado bajo insistencias y masvales,
y tenía ganas de verla después de la última noche. El pensar eso me traía aquella
canción de Luis Miguel a la cabeza, música grasa que resonó en mi cráneo por no
poco tiempo.
La busqué con la
vista al cruzar el umbral de la entrada, tal parecía que no había llegado
todavía, y había pocas, por no decir casi ninguna, cara conocida. Sucedieron
algunas palabras de cortesía e intentos de prestar ayuda con las pizzas, que
más que nada dieron gala de mi ineptitud social; aunque aun así había logrado
ser introducido en un círculo bastante agradable: unos chicos que estudiaban
Biología, y leían mucho Lovecraft. Tenían ya los ojos rojos y la sonrisa
perdida, pero no volverían a hacer ronda sino hasta que llegaran algunos más de
su grupo. Por mí estaba bien, no tenía ningún apuro, salvo quizá la ansiedad
por querer verla que me apretaba suave pero constante las entrañas.
“…que pasé contigo, quisiera olvidarla pero no he podido…”
Casi más pensé esa estrofa en voz alta, tal vez lo hice; si el que estaba al
lado mío se había percatado pronto se olvidó debido a interferencias químicas
en su sinapsis. Por suerte estaba más ocupado en contarme algunos de sus planes
en su vida de Zoólogo naturalista.
–Como te decía, quería especializarme en
moluscos para descubrir alguna especie de Cefalópodos y denominarlos
Cthulhuloideos. Sería la posta –Me contaba con un entusiasmo extraño. A decir verdad,
no me parecía mala idea, y hasta podrían ser ricos esos bichos.
–Bueno, todo bien mientras no les hagas
sacrificios…
La idea pareció divertir o intrigar a mi
compañero, tuvimos que interrumpir nuestra conversación para dar lugar a los
nuevos invitados que iban llegando. La casa se saturaba más y más con cada
minuto que transcurría. Gente que parecía buena onda, neutrales, y también, la
puta madre, el estúpido que le hablaba todos los días a ella. No era estúpido
por eso, no por eso solo; cada pulgada de su persona me era repelente y su
nombre era una aliteración que daba ejemplo clave de la estupidez humana y
paterna: Rodrigo Rodríguez; su padre debía tener un muy particular sentido del
humor. Para colmo venía acompañado de su tropilla de idiotas condescendientes.
Me incomodaba pensar que me tendría que ver
con ella delante de RR, más todavía con las ganas que él le tenía. A tal punto
que no había publicación que él no comentara o pusiera me gusta, como un perro
faldero que estalla de felicidad ante cualquier mínima chance de echarse encima
de una pierna regordeta.
Cuando al fin ella
llegó, debo reconocerlo, me alegró bastante el hecho de que ni bien me hubiese
visto caminara hacia mi grupo para
saludarme. ¿Cómo describir a Sandra? La cheta más copada que tuve el placer de
conocer sería un buen comienzo descriptivo; ejemplar poco común de la pradera
provincial, ya que cheto y copado no suelen ser rasgos comunes de una misma
especie; a pesar de tener la oligarquía impresa a fuego en la frente, su forma
de andar por la vida era tan fresca, tan simple que uno simplemente no podía
estar sino cómodo y alegre a su lado.
–Viniste – me dijo después de un primer abrazo.
–Claro que no, esto que ves es una proyección
astral –. Acompañé la oración con un sonido que pretendía emular un tinte fantasmagórico.
–Who you gonna call?
–Ghostfuckers, eh digo busters!
Al verla reír las ganas de pasar todo el tiempo con ella no
me faltaban, pero no quise prestarle demasiada atención en aquel primer momento.
A nadie le gustan los zalameros, los pegotes cansan, dejé que terminara el
saludo y seguí hablando con mi grupo. Así ella podría pasar el rato con sus
amigas y sin agobiarse por un seguidor fastidioso.
No obstante, no le saqué los ojos de encima a
ese culo, mientras dejaba correr las horas con mis nuevos conocidos. Ella
tampoco me corría la mirada. Los ímpetus me empujaban a ir a su lado, pero para
relajar me repetí la letra de Freedom una y otra, y otra, y otra, y otra vez.
Llegaron los amigos que mi grupo aguardaba,
cinco o seis a cuyas caras no presté atención de momento, y la ronda fue
convocada. También las amigas de Sandra se sumarían, ya que entre la ronda
estaban algunos de sus machos, me tocaba un huevo porque a veces aprovechaban esto para alargar su
turno simulando distraerse, pero bueno, cada uno con lo suyo, mas no te
encanutes el yuyo.
La habían dejado sola ya que ella decía nunca
fumar; ese era mi momento de ser su compañía, aunque fuera por un rato, momento
que el infeliz de ErreErre ya había aprovechado como buitre en la sabana al ver
algo de carne. La había abordado con su grupito de lelos, ninguna oportunidad
desaprovechaba el forro.
Una violencia digna de película de Rambo me
llenaba la cabeza por ver cómo le hablaba con esa sonrisa de dientes chuecos,
que emanaba el más repugnante de los alientos. Y sus temas no eran más que
alardes o menciones de logros dudoso, como que estaban por editarle una novela,
o que un reconocido autor le había invitado a su casa para conocer sus
escritos, cuando en realidad apenas sí sabía escribir, si fuésemos a redondear
para arriba. Su único “logro” en la vida era tener auto, regalo de papi y mami.
Yo igual sabía que a Sandra no le iban esas cosas, o lo hubiera sabido de no
estar mi cabeza así de ofuscada.
¿Por qué escuchaba lo que decía ese sorete?
¿Por qué le dejaba acercarse de esa forma? ¿No era que las mujeres podían oler
la mentira? La vida de ese infeliz era una mentira descomunal, un mito
aburrido. ¿Por qué estaba ahí con él, si me había insistido tanto para que
viniese a esta puta fiesta? ¿Por qué estaba ahí con él, si aquella canción de
Luis Miguel, la puta madre, aquella última noche que pasó conmigo, cuando me
tenía preso entre sus piernas me había dicho que quería estar toda la vida así?
“Te pasa por moverte una cheta, Mati, son
todas iguales y lo sabés.” La voz en mi mente no sumaba para nada. No me importaba
que cada tanto mirara en mi dirección, ese brillo en los ojos, ese beso disparado,
eran todas mentiras. Era una mentirosa, y una estúpida por dejar que ese tipo
le entablara sus chamuyos baratos, la odiaba, realmente lo hacía, y nunca más,
nunca más, nunca más pensé, pero la verdad que no sabía qué cosa.
“Todas iguales, las chetas con como los
políticos, cuando se cansan de cogerte se pasan a otro partido” Creo que poco
más y habría vomitado todo de seguir escuchando tanta mierda, de seguir
metiendo tanta rabieta en mis tripas. Suerte que en un arrebato de sensatez me
sumé a la ronda que ya se había terminado de asentar en el patio de la casa, y
justo me tocaba.
Unos minutos después el aire era niebla y
risas, no me había percatado de las bellas siluetas que las luces reflejaban
sobre los humos que paseaban en la atmósfera, la música acompañaba estos
sentires. La noche no era tan mala, ¿A quién le importaba un carajo nada? A mí
ya no. Ya no escucharía las voces molestas que venían desde mi interior, en su
lugar sólo atendería lo que dijesen los demás y me olvidaría de todo.
Uno de los muchachos me ofreció iniciar la
nueva ronda; hasta aquel momento no me había percatado de su rasgos, ni de lo
lejos que quedaría su hábitat natural: Ojos verdes, nariz ancha, piel roja, y
melena y barba rubias, además toda su cara se precipitaba hacia adelante como
si fuera un hocico. De pronto entendí por qué ese chabón era amigo de los
muchachos de Biología, comprendí al instante un enigma que haría palidecer a un
Darwin.
–Chabón, ¡Sos un león! –Le dije sin pensarlo
casi.
– ¿Un qué? –. Creo que lo tomé más
desprevenido que recordatorio de examen.
–Que sos un fuckin’ león, Panthera Leo. No me
digas que nunca te lo dijeron.
–Creo que no –Se rio unos segundos –pero me
caés bien. ¿De dónde conocés a estos?
Le expliqué más o menos la situación entera,
buscando quedar lo menos maricón posible, y enfatizando en lo pelotudo que era
quien buscaba a mi chica. Por su cara me pareció que lo de maricón lo pensó
bastante, por más que se esforzó en fingir que nada similar pasaba por sus
pareceres de predador selvático.
–Ah, no te compliques –me dijo mientras
soltaba el humo –El macho alfa jamás se preocupa por los cachorros.
–Ves que sos un león, ¿qué hacés acá, fuera de
la sabana?
–Conociendo nuevos territorios, de cacería, ya
sabés.
Desvió su mirada por sobre mi hombro, sentí
una mano y una voz que me delataron la presencia de la cheta en mi retaguardia.
– ¿Me hacés un lugarcito? –preguntó. “Con su
voz gangosa de clase alta privilegiada” dijo mi cerebro, mordaz cuando nadie lo
necesitaba. Una parte de mí pretendió hacerse la mala, las palabras que había
dicho mi amigo nuevo, el león, Panthera Leo, la hizo recapacitar al instante.
– ¿No que vos eras una santita? –pregunté
mientras me movía hacia un costado, aunque sin mucha prisa.
– Seh, vos me dijiste lo mismo cuando te
conocí. –. Se sentó al mismo tiempo que el león se incorporaba.
– ¿Ya te vas? –. A decir verdad, me daba
lástima verlo partir.
–Tengo que irme, ya sabés –dijo mientras se
sacudía como un animal en la mañana Africana.
– ¿De cacería?
–Claro – se rio una vez más –De cacería.
–Es un león ¿viste? –susurré a la recién
sumada
Ni bien se alejó me di cuenta que estábamos
Sandra y yo solos y abandonados en aquel lugar.
– ¿Vos no estabas hablando con el Rorrigo
Rorriguez? –. Enfaticé las erres lo más que pude.
–Pretérito Imperfecto, segunda persona singular
del verbo estar; y gerundio del verbo hablar, ¿gerundios querido? Borges odiaba
los gerundios. ¿No era que vos buscás ser un escritor sublime como él?
–Andate a cagar
–Mejor ni te hablo de la pesadilla gramatical
que acabás de proferir, hereje.
Recordé al segundo lo mucho que la amodiaba, “Chetas…”
me dije por lo bajo.
Por
poco amanecía cuando decidimos abandonar el lugar, el lugar parecía un pueblo
fantasma miniatura, porque ya no había casi nadie en la casa, en vez de eso la
multitud se reunía en la calle; formaban un círculo digno del fogón más genial
de la historia. Pensé que estarían por hacer un sacrificio a una nueva especie
de cefalópodos apenas descubierta, pero no, nada que ver para mi desilusión
fantasiosa; todos y cada uno se acumulaban alrededor del auto del Rodríguez,
que se agarraba la cabeza con más manos de las que le era biológicamente permitido.
Sobre el vehículo se veía una mole oscura,
enorme, con dos cuernos curvos hacia afuera y luego hacia adentro. Lo pesado
que era se podía adivinar por el chasis que había cedido bajo la figura, y los
parabrisas estrellados.
– ¡Hay una vaca sobre mi auto! –gritaba, al
menos eso le entendí, con las manos en la cara no era fácil oírle sus palabras.
Una vaca, una vaca, ni en eso dejaba de ser un ignorante.
–Es un búfalo chabón –le dije, y me vi como la
buena persona que era, porque quizá fuera probable que aquella información le
sirviera a la hora de contactar a su seguro.
Teníamos otros apuros más urgentes así que no
pudimos quedarnos a presenciar el desenlace de aquel singular, y sin dudas
divertido, acontecimiento; cuando caminábamos en dirección a mi hogar vimos a
mi nuevo amigo una última vez, frente al sol naciente que iluminaba los pastos
dorados que el recorría. Al vernos pareció alegrarse, levantó su mano enorme,
peluda y las garras sentían el viento cuando la onduló para despedirse. Después
rugió y se perdió en la espesura de la sabana.
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