El día parecía extraído de un comercial de
bebidas light: sol arriba, con un par de esas nubes que se apartan como en la
intro de Los Simpsons, la temperatura ideal te hacía olvidar de que hubiera
calentamiento global alguno, y los pájaros entonaban sus cánticos de cancha. Con
mi culo puesto en aquel banquito lo tenía todo para un día idílico; sólo me
faltaba la compañía de una hermosa mujer, asunto que se solucionaría sin
problemas en unos segundos, cuando Jose me tapara los ojos y preguntase quién
era; en tres, dos, uno…
– ¿Quién soy? –preguntó una voz que pretendía
simular un tono grave.
– ¿La Duquesa de Alba?
Estaba difícil.
–Frío frío.
– ¿Ron Perlman?
Jose se rio –Sos un asco Leonardo, le tenés
ganas a Ron Perlman.
–No seas así Josefina. Hay que probar nuevas
cosas nena –. Me levanté para saludarla y comenzó nuestra caminata de la
manito, algo que de ser sincero me resultaba un detalle boludo aunque lindo;
como tener veinticuatro años y tomar chocolatada Nesquik. Dulce inmadurez.
El centro estaba casi vacío, finde largo y
todo el mundo se va de vacaciones, lo que convertía las otrora ajetreadas
calles en lugares de silencio y descanso de la sociedad, y uno podía caminar en
la máxima relajación sin pensar en que alguien lo apuraba para llegar temprano
a lugares que de todas formas no tenían
importancia.
Recién unas cuadras más adelante, en medio de
una charla sobre los Gliptodontes, vimos algunas caripelas. Pensé que era uno
solo, pero resultaron ser dos tipos, que tomaban una birra sentados en
escalones de algún negocio cerrado. Sentí cómo Jose se apuró nada más verlos,
me di cuenta de la causa cuando vi las miradas que le daban, gente incómoda hay
en todos lados. –Con mirar no se lastima a nadie –pensé para tranquilizarme, y
sin cesar mi charla hicimos el intento de pasarles de largo.
–Eh,
alta burra amiga.
Sólo escuchar esa frase a
nuestras espaldas bastó para que al segundo todo rastro de tranquilidad que
había rejuntado se fugara más allá de Júpiter; Quise en ese momento aminorar mi
marcha para responder algo, y Jose me indicó con un tirón de mano que no lo
hiciera.
–Eh,
alta burra dije.
Esta
vez fue más fuerte. No habíamos dado ni siquiera tres pasos más.
Frené a pesar de los tirones que Jose me daba.
A decir verdad no tenía ni la menor intención de meterme en una pelea, por lo
que se me ocurrió resolver el asunto con un chiste; di la media vuelta y miré
al que supuse que había hablado, ya que el otro se limitaba a reírse como
guanaco y nada más.
–Ay, gracias papi –le dije con el mejor tonito
musical que me haya salido jamás. Ojalá la cosa fuera a terminar ahí. Se ve que
si hay un Dios, se caga de risa de los ojalá.
El tipo me miró con la seguridad que tiene un
Paulo Coelho al decir una pelotudez –No te lo decía a vos –. Luego miró a Jose
–Se lo decía a tu novia –agregó.
En esos momentos es cuando uno le puede decir
adiós al pensamiento coherente y fresco, mi cabeza era como una pava puesta a
hervir y olvidada. Toda mi sangre se había concentrado en las sienes, y de pronto
el calentamiento global se sintió y se sintió fuerte.
– ¿Cómo? –. Me solté de la
mano que tiraba el freno de mano y me puse tan cerca como para evaluar la
fisonomía del que había proferido el “piropo”; él se paraba, casi una cabeza
más que yo, para recibirme, botella en mano. Esa cara que tenía había conocido
muchas manos, manos más grandes y pesadas que la mía. Algunos dientes le habían
dicho adiós hace años, y la nariz coleccionaba fisuras. Para colmo su atuendo
futbolero no ayudaba a su imagen. Una de las rodillas me bailaba, la otra le
seguía el ritmo como mejor le salía, pero ya no me podía echar atrás.
– ¿Cómo? –Repetí – ¿En serio estás diciendo,
que no tengo alta burra? –. Enfaticé el “Alta burra” con una de mis mejores
trompadas, por ahí su cerveza estaba de mi parte, porque él perdió el
equilibrio y se desparramó sobre las baldosas; su botella no conoció mejor
destino ya que fue a romperse contra una toma de gas. Amagó a levantarse, pero
le ayudé a reposar con un pie en las costillas.
–Que yo no tengo alta burra ¿Eh? –. Patada. Entretanto
miraba a su amigo, que nos observaba pasmado en un rincón que se había construido
en los escalones, pedazo de amigo era. De fondo escuchaba una voz aguda que
llamaba “Leo” a los gritos, Jose me gritaba que pare, pero no podía atender, no
me iba a ir sin que me dijeran lo que correspondía por mi figura.
–Decime que tengo alta burra amigo–. Otra
patada –Decime –. Otra –Que tengo –. Otra más –Alta burra –. La de gracia –
¡Decímelo loco!
Quizá lo dijo, quizá no, no
entendí su primer balbuceo. Le di un pie, literalmente, para que lo dijera de
forma clara.
–Está bien, sí –dijo con la
voz temblando.
– ¿Sí qué? –. Le grité porque
hacerme el malo a estas alturas ya no importaba.
– ¡Que tenés alta burra amigo!
Dejá de pegarme –soltó con un grito agudo.
–Ya sé que tengo alta burra –.
Le metí un último patadón, tal vez el más fuerte – ¿Pero no oíste a las
feministas? eso es acoso callejero gil.
Abandoné la escena como quien derrota a un
jefe en película de acción de sábado, el que además se queda con la chica.
Bueno, lo segundo casi, porque después de aquel incidente Jose no me quiso
hablar más; creo que se asustó por mi hambre de halagos callejeros. Una
lástima, una verdadera lástima, porque para ser sinceros, sí que tenía alta
burra.
Jajajajaja viejo la próxima vez que te vea te digo "alta burra", just in case
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