La tele pregonaba que era
cuestión de un par de horas para que llegue también al país. El volumen estaba
demasiado alto, me taladraba la cabeza. Por un segundo lo bajé y en menos de
otro segundo lo volví a subir, me acordé que había que elegir entre eso o los
ruidos de afuera: una marea de desastres que se movían con olas de gritos y más
gritos; la gente no sabe disfrutar la tranquilidad antes de la tormenta, se
oían como un disco rayado que tenía cierta armonía caótica. Ese pensamiento o charla
solitaria que llevaba me sacó una media sonrisa. Menos mal que mi hermano, el
músico, no oiría jamás esa comparación.
Pero bueno, basta de pensar estupideces, había
una lista que completar y ya me estaba desviando de completarla, es algo tan
real eso de que la mente suele desviarse demasiado de la tarea principal, y en
situaciones así los recuerdos y las ansiedades no hacen sino aumentar el nivel
de desvío. Como cuando una corta con el idiota de turno y planea tantas cosas
para continuar la vida, pero el idiota se atornilla entre los dos hemisferios
cerebrales y no hay destornillador que tenga la combinación adecuada para
sacarlo. A todo esto, ¿dónde estaría el idiota de turno? Seguro que flotando
entre la mar de gente, buscando esa nueva Play de la que tanto habló y aburrió
la última vez. Sin rencores ni nada con ese forro, espero que al menos tenga un
par de horas para usarla.
Me sorprendí de lo capaz que era para divagar
cuando tenía tarea, que qué pasaba afuera, que los pasados, etcétera-etcétera.
Repetí un mantra de “no te distraigas boba” y me dediqué a completar la lista:
La silla playera, los anteojos, el protector, un jugo de esos purosol, y la
definitiva que me llevaba puesta. Todo listo. O casi; auriculares, tendría que
llevar auriculares.
También llevaría algunas carnes sobrantes, que
el espejo me mostraba igual de áspero que siempre, ¿pero quién las vería? Y por
allá un grano, un granito. Granito que no se fue en la primera rascada, ni en
la segunda. Dos dedos lo atraparon, lo torturaron, casi podía oír sus gritos
sumarse a los de afuera, ¿O era yo la que gritaba? Un dolor agudo y el espejo
se mancha. Y los gritos son risas, risas que chorrean por mi cara. Todo listo.
Y los auriculares, cierto, no me fuera a olvidar de ellos.
La tele se me vuelve insoportable, temas
amargos como mate de viejo. Ni recordaba por qué la había prendido; y aunque ya
me iba, habría tiempo para una maldad tonta.
No vi el impacto, pero sí escuché el
estruendo. Si había calculado bien, no había aplastado a nadie. No sé cómo
suena una persona aplastada pero espero que así no. Ahora sí, todo listo.
Unos minutos de escalera y ya nunca más nada
de gimnasio. El sol post mediodía estaba agradable y no hacía mucho calor en la
terraza, en el horizonte se dibujaba la línea de negro. Un par de horas,
pensé, todo el tiempo del mundo para
tomar sol. Coloqué la silla como a mí me gustaba, de espaldas a la puerta para
así no pensar que estaba en mi terraza, sino lejos en algún lugar vacacional
sin ningún apuro. Esa puerta, qué cagada que no tenía las llaves, porque lo
único que me faltaba era que algún enfermo se metiera y me violara mientras me
relajaba. Las máquinas del banana del cuarto piso D seguían ahí y me dieron una
idea. Nunca más gimnasio, sí claro.
El del cuarto D, qué bueno estaba; a veces iba
a colgar ropa ya seca sólo para verle entrenar en esta máquina de mierda que
cómo pesaba. Estaba segura de que en el fondo debía ser alto balín, aunque
claro, él señor jamás lo admitiría. Antes se tiraría de su balcón, tal como
anoche.
Por suerte trabó bien esa máquina de
porquería, menos mal, porque haberla arrastrado al pedo hubiera sido la ruina
de mi día casi perfecto. Ahora sí, todo listo, a tomar solcito. Mientras me
fregaba el protector con toda la tranquilidad del mundo, ahí en mi pequeño
rincón de vacaciones, fuera de ese rincón los gritos no paraban. A la gente por
lo visto le gustaba despedirse en el caos; yo en cambio, lo único que quería
era tomar sol, simplemente tomar sol, y entonces sí podría decir que todo
listo.
Qué bien funcionaron esos auriculares, que lo
único que me sacó de tema en todo mi día fue la sombra. Ya no necesitaba los
anteojos, estaba tan oscuro con ellos como sin ellos. No había gritos, me
percaté, quizá fuera mejor el silencio que vendría.
Mi piel se veía bien coloreada, el día había
ido de maravilla, lo que tenga que ser ahora, será.
Demasiado
tiempo con preocupaciones de tarada como para que me acompañen ahora.
Apagué el celular y me terminé lo que quedaba
del jugo, que ya estaba medio feo. Me recosté y el pensamiento se me salió en
voz alta: “Todo listo”
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